A casi 300 kilómetros por hora, al Señor Cuántico le vinieron a la mente recuerdos que creía antaño enterrados. No era la primera vez que se encontraba ante un combate de altas velocidades. Ya en tiempos prepuber había competido a lomos de una vieja bicicleta de paseo contra compañeros de colegio que montaban enormes bicis de montaña. Retado por estos, se dispuso a demostrar que su bici era tanto o incluso más rápida que las suyas. Mas en el momento de la carrera, un doble hizo aparición justo delante suyo chocándose consigo mismo y perdiendo la apuesta. Un mismo suceso ocurriría una década después compitiendo con los mismos compañeros, ahora sí con una bici de montaña pero contra motos de carreras. Y no hubo sino una tercera vez en que siendo probador de Ferrari por un día, estrelló su coche contra un suyo mismo que, una vez más, venía en dirección contraria.
Pasábanle estos recuerdos por la cabeza al Señor Cuántico cuando a lo lejos, tal y como temía, vio aparecer un par de luces. Era él. Otra vez estaba él ahí delante, yendo a toda velocidad contra sí mismo. Pero el Señor Cuántico aceleró. Aceleró más todavía. Se conocía y tenía un plan: no apartarse. ¿Chocarse? Quizás. Pero no fue así, justo en el momento en que parecía que ambos idénticos coches iban a colisionar, el duplicado giró bruscamente a su izquierda llevándose al rival del Señor Cuántico por delante y transformando su sofisticado coche en chatarra. Tal como había previsto, su igual había girado a un lado para esquivarse a sí mismo, pero él, el Señor Cuántico original, esta vez no giró. No intentó esquivarse como había hecho las tres veces anteriores. Y ahí venció no solo a su oponente, sino también a su pasado.
La gente había enloquecido. El Señor Cuántico bajó del coche, chocó el puño con su doble y gritó, sin entender lo que decía, un "tsoi mu loko" mientras se golpeaba el pecho violentamente. Así fue como nuestro héroe se ganó el respeto de los chicos malos de los barrios bajos y como, gracias a esta victoria, el viejo vagabundo perdió un hijo pero ganó un nuevo hígado con perdón.
Pasábanle estos recuerdos por la cabeza al Señor Cuántico cuando a lo lejos, tal y como temía, vio aparecer un par de luces. Era él. Otra vez estaba él ahí delante, yendo a toda velocidad contra sí mismo. Pero el Señor Cuántico aceleró. Aceleró más todavía. Se conocía y tenía un plan: no apartarse. ¿Chocarse? Quizás. Pero no fue así, justo en el momento en que parecía que ambos idénticos coches iban a colisionar, el duplicado giró bruscamente a su izquierda llevándose al rival del Señor Cuántico por delante y transformando su sofisticado coche en chatarra. Tal como había previsto, su igual había girado a un lado para esquivarse a sí mismo, pero él, el Señor Cuántico original, esta vez no giró. No intentó esquivarse como había hecho las tres veces anteriores. Y ahí venció no solo a su oponente, sino también a su pasado.
La gente había enloquecido. El Señor Cuántico bajó del coche, chocó el puño con su doble y gritó, sin entender lo que decía, un "tsoi mu loko" mientras se golpeaba el pecho violentamente. Así fue como nuestro héroe se ganó el respeto de los chicos malos de los barrios bajos y como, gracias a esta victoria, el viejo vagabundo perdió un hijo pero ganó un nuevo hígado con perdón.