Antiguamente, la gente solía orinar a la entrada de las casas. Como los animales, se marcaba el territorio y cualquier persona ajena a la familia, sabía que no debía rebasar ese límite. El olor era una advertencia para que cualquier extraño no pasara del umbral de la entrada. Siglos después, se descubrió que cerrar la puerta de la calle, era mucho más efectivo.
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