Sin carné de conducir por sucesos anteriormente descritos, el Señor Cuántico no tiene otra opción que utilizar el transporte público para poder llegar a la casa de su madre que, desde que ganó las elecciones a alcaldesa de la ciudad, ha trasladado su residencia a una mansión renacentista alejada del mundanal ruido de la urbe. Así, tras pagar el desorbitado precio del billete, el Señor Cuántico se sienta en el único sitio libre que queda en el autobús. A poco de esto, una centenaria señora mayor de columna curva y bastón en mano, sube al mismo transporte. El Señor Cuántico, que además de señor es un caballero, no duda en dejar su asiento libre para que se siente la anciana. Mas no contaba que al levantarse, se duplicaría y volvería a aparecer sentado. Viendo la situación, no duda en pegar una colleja a su idéntico (osease, a sí mismo) para que también se levante. Al hacerlo, un tercer igual aparece en el asiento despejado. La cosa se prolonga hasta que el autobús, a reventar de Señores Cuánticos, llega a la ostentosa mansión de su única madre, que empieza a repartir besos a todos sus hijos conforme van descendiendo. De la centenaria abuela nada más se supo, aunque los más viejos del lugar dicen que la cuántica se la llevo al cielo para evitar ser aplastada por las múltiples copias de nuestro bienintencionado protagonista.
1 comentario:
Desternillante oye...
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