Ahora que el Señor Cuántico es padre de una criatura a la que bien hizo llamar Higgs, su poder de atracción hacia las personas mayores de setenta años se ha incrementado considerablemente. La señora Curie es una entrañable anciana que vive en la misma calle que el Señor Cuántico. Su única labor en la vida es pasear de arriba a abajo, parlotear con sus semejantes y regar los salvajes cactus cuánticos que sobresalen de las alcantarillas los días lluviosos de primavera. Al ver al Señor Cuántico con su nueva adquisición humana, un impulso irreprimible se adueñó de ella y en cuestión de instantes (se dice que fue tan rápida que incluso retrocedió en el tiempo) ya estaba asomada al carrito donde Higgs yacía: "Ay, que niña tan bonita. ¿No le vas a decir hola a la tita Curie? Te pareces mucho a tu padre. ¿A que sí? ¿¿¿¿A que sííííííí???".
El problema ante tamaño acto de empalagosería surgió cuando la mujer, ante la imposibilidad de sacar fuera todo el ansia que se iba formando y conteniendo dentro suyo, comenzó a duplicarse para poder dar salida a sus necesidades achuchonas. No una, ni dos, sino decenas de veces. Así, una vez acaparados todos los accesos al cochecito, las múltiples copias de la anciana comenzaron a "atacar" al Señor Cuántico; y cuando este fue sepultado, el radio de acción se amplió a todo aquel desgraciado que tuviera la mala suerte de pasar por la calle en ese momento.
Tuvieron que intervenir dos patrullas de policía (la primera fue reducida a base de tirones de mejilla y besos babosos) para poder dar fin a tal descontrol de ñoñería y cuántica.
El problema ante tamaño acto de empalagosería surgió cuando la mujer, ante la imposibilidad de sacar fuera todo el ansia que se iba formando y conteniendo dentro suyo, comenzó a duplicarse para poder dar salida a sus necesidades achuchonas. No una, ni dos, sino decenas de veces. Así, una vez acaparados todos los accesos al cochecito, las múltiples copias de la anciana comenzaron a "atacar" al Señor Cuántico; y cuando este fue sepultado, el radio de acción se amplió a todo aquel desgraciado que tuviera la mala suerte de pasar por la calle en ese momento.
Tuvieron que intervenir dos patrullas de policía (la primera fue reducida a base de tirones de mejilla y besos babosos) para poder dar fin a tal descontrol de ñoñería y cuántica.
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